Lucha.
Foto: (c) Ramón Zaragoza.
Así me siento en las últimas semanas.
Una lucha terrible se cierne sobre mí. Los combatientes: yo, mi pasado y mi futuro.
Como los fantasmas de “Cuento de Navidad” acechándome en pleno mes de Julio.
La temperatura febril me ahoga por la noche, y el sentido de la ausencia se hace más y más palpable.
Como un iceberg derritiéndose en un vaso de Coca Cola con Mentos espero la deflagración que se lleve todo, que arrase con la cara y la cruz de los miedos. De creer siempre en no poder y quedarme siempre con la “im” de imposible.
Quiero dejar la quietud del sofá, saltar, volar. Dejar de sorprenderme por lo extraordinario, esperarlo y nunca manifestarse.
Buscar pues en lo cotidiano la verdadera sorpresa, mostrar un nuevo universo en lo pequeño, en lo sutil.
Que el valor del sentimiento, de la emoción de sentirse rodeado, abrazado, amado, sea lo más asombroso que le pueda pasar a uno.
Vivir.
Vivirse, como dijo José Luís Sanpedro: haciéndose uno mismo, pero nunca a solas.